Un chasquido sonó seco en su pensamiento oblicuo y perdido. Había entendido todo otra vez. Tal cual se acordaba había sido una noche al borde la la pileta del Tío Julio, en Marcos Paz. La felicidad nítida y helada reventando en bocanadas aire caliente, aferrado al camperón con olor a pasto y humedad de su padre.
Volvieron recuerdos milenarios de veranos y sobras amenas, con un dejo dulzón y enamoradizo.
Recuerdos de otros, jamás vividos, en perpetuo sueño, en pleno goce.
Una imagen pavorosa coló por la hendija una ventana y fue sombra, miedo, reflejo y nada. Desapareció en otro infinito y volvieron a derramarse leches y vasos, se agitó una bandera con el puño ensangrentado y las manos rotas. Volvió el sueño rotundo del fracaso. Despertaron delanteros con números tatuados, con casacas brillantes, y devolvieron las luces a todas las estrellas de la vieja quinta.
En el borde de la pileta el niño susurró algo. Fue indescifrable pues se confundió entre los chiflidos de la puerta electrónica del colectivo. Fueron cuatro cuadras de claridad. Al tocar el timbre actuó como siempre, solo quedaban sensaciones borrosas, desperdigadas en su alma.
02 agosto, 2008
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